Las Bendiciones de un Ayuno Apropiado
Hermanos, espero que hayan advertido esta mañana que, cuando el presidente Hinckley se aprestaba a anunciar el nombre de los dos nuevos apóstoles, dijo haber ayunado y orado para conocer la voluntad del Señor.
El ayuno ha sido siempre una práctica entre los del pueblo de Dios. En la actualidad es un mandamiento dado por el Señor a todos los miembros de la Iglesia. Además de los ayunos especiales que hacemos de vez en cuando por razones personales y familiares, se espera que ayunemos el primer domingo de cada mes. Se nos enseña que hay tres aspectos en la observancia de un ayuno apropiado: primero, abstenernos de alimentos y bebidas por dos comidas consecutivas o, en otras palabras, por veinticuatro horas; segundo, asistir a la reunión de ayuno y testimonios; y tercero, dar una ofrenda de ayuno generosa.
En mi familia, nuestros ayunos siempre se han efectuado en forma regular desde el almuerzo del sábado hasta el almuerzo del domingo. De esa forma, ayunamos durante dos comidas, la del sábado por la noche y la del domingo por la mañana. Aunque no hay una norma de la Iglesia para efectuar el ayuno, excepto que tiene que ser por 24 horas y abarcar dos comidas, hemos hallado provecho espiritual al asistir a la reunión de ayuno y testimonios hacia el final del ayuno.
El ayuno es un mandamiento para aquellos que son físicamente capaces. Al hablar de nuestro día de ayuno mensual, el presidente Joseph F. Smith dijo: “El Señor ha instituido el ayuno de acuerdo con una base razonable e inteligente… se requiere que cumplan lo anterior quienes puedan; es un deber que no pueden eludir… se deja al criterio de la gente como asunto de conciencia, y para que ejerzan prudencia y juicio…
“Pero quienes puedan ayunar deben hacerlo… A nadie se exime de esto; es requerido a los miembros, ancianos y jóvenes en todas partes de la Iglesia” (Doctrina del Evangelio, pág. 238).
Pero me temo, hermanos, que muchos de nosotros no estemos ayunando en los días de ayuno o que lo estemos haciendo de una manera descuidada. Si estamos cayendo en el hábito de ayunar sin pensar en el porqué lo hacemos o si simplemente ayunamos el domingo por la mañana en vez de hacerlo durante dos comidas, o sea, veinticuatro horas, nos estamos privando a nosotros mismos y a nuestros familiares de maravillosas experiencias espirituales y de bendiciones que se reciben mediante el verdadero ayuno.
Si todo lo que hacemos es abstenernos de alimentos y de agua durante veinticuatro horas y pagar nuestras ofrendas de ayuno, nos hemos perdido una magnífica oportunidad de progreso espiritual. Por otro lado, si tenemos un propósito especial en nuestro ayuno, éste tendrá mucho más significado. Quizás podamos tomar un tiempo en familia antes de comenzar el ayuno para hablar de lo que esperemos lograr al ayunar. Esto se podría hacer en la noche de hogar anterior al domingo de ayuno o en una breve reunión de la familia al momento de la oración familiar. Cuando ayunamos con un propósito, tenemos algo en qué enfocar nuestra atención en vez de concentrarnos en el hambre que tengamos.
El propósito de nuestro ayuno podría ser muy personal. El ayuno nos ayuda a vencer defectos y pecados personales; nos sirve para superar nuestras debilidades. Hace que nuestras debilidades se conviertan en fortalezas. El ayuno nos ayuda a ser más humildes, menos orgullosos, menos egoístas y a preocuparnos más por las necesidades de los demás. Nos ayudar a ver más claramente nuestros propios errores y debilidades, y a ser menos propensos a criticar a otras personas; o nuestro ayuno podría tener como propósito afrontar un desafío familiar. Un ayuno familiar podría aumentar el amor y el aprecio entre los miembros de la familia y reducir la contención en ella, o podríamos ayunar como pareja a fin de fortalecer nuestro matrimonio. Como poseedores del sacerdocio, un propósito de nuestro ayuno podría ser buscar la guía del Señor en nuestros llamamientos, como ha demostrado el presidente Hinckley o podríamos ayunar con nuestro compañero de orientación familiar a fin de saber cómo ayudar a alguna de nuestras familias.
A lo largo de las Escrituras el término ayuno suele combinarse con la oración. “…os doy el mandamiento de perseverar en la oración y el ayuno desde ahora en adelante…” es el consejo del Señor (D. y C. 88:76). El ayunar sin orar es solamente pasar hambre durante 24 horas; pero el ayuno combinado con la oración aumenta el poder espiritual.
Cuando los discípulos no pudieron sanar a un muchacho que estaba poseído por un espíritu malo, le preguntaron al Salvador: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?” Jesús les dijo: “…este género no sale sino con oración y ayuno” (Mateo 17:19, 21).
Comencemos nuestros ayunos con oración. Esto puede hacerse si nos arrodillamos alrededor de la mesa al acabar la comida, después de la cual iniciaremos el ayuno. Esa oración debe ser una plegaria natural al dirigirnos a nuestro Padre Celestial con respecto al propósito de nuestro ayuno y pedirle que nos ayude a lograr nuestras metas. Del mismo modo, terminemos nuestros ayunos con una oración. Sería muy apropiado que nos hincásemos alrededor de la mesa antes de sentarnos a tomar los alimentos con los cuales terminaremos nuestro ayuno. Agradezcamos al Señor la ayuda que nos haya brindado durante el ayuno y lo que hayamos sentido y aprendido de ello.
Además de comenzar y de terminar con una oración, debemos buscar al Señor con oraciones personales de forma constante durante el ayuno.
No debemos obligar a nuestros hijos pequeños a ayunar durante el período de dos comidas que se recomienda, pero enseñémosles los principios del ayuno. Si se habla del ayuno y se proyecta en el entorno familiar, los pequeños estarán al tanto de que sus padres y sus hermanos mayores están ayunando, y comprenderán el propósito del ayuno. Ellos deben participar en las oraciones familiares para comenzar y terminar el ayuno. De esa manera, cuando lleguen a la edad correspondiente, estarán deseosos de ayunar con el resto de la familia. Nosotros hemos hecho eso y hemos alentado a los niños de entre ocho y doce años a ayunar durante una comida; entonces, al cumplir los doce años y recibir el Sacerdocio Aarónico o al ingresar a las Mujeres Jóvenes, los hemos alentado a ayunar durante dos comidas.
Después de haber castigado al antiguo Israel por haber ayunado en forma indebida, el Señor, por medio del profeta Isaías, habla en un hermoso y poético lenguaje acerca del ayuno:
“¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo?” (Isaías 58:6).
Si ayunamos y oramos con el propósito de arrepentirnos de los pecados y de vencer debilidades personales, desde luego estaremos buscando “desatar las ligaduras de impiedad” en nuestra vida. Si el propósito de nuestro ayuno es ser más eficaces al enseñar el Evangelio y al servir a los demás en nuestros llamamientos de la Iglesia, sin duda nos estamos esforzando por “soltar las cargas de opresión” de otras personas. Si ayunamos y oramos pidiendo la ayuda del Señor en nuestros esfuerzos misionales, de cierto tenemos el deseo de “dejar ir libres a los quebrantados”. Si el propósito de nuestro ayuno es aumentar el amor por nuestro prójimo y vencer nuestro egoísmo, nuestro orgullo y el tener nuestros corazones puestos en las cosas del mundo, indudablemente estamos procurando “[romper] todo yugo”.
El Señor continúa describiendo el ayuno apropiado:
“¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?” (Isaías 58:7).
Es verdaderamente admirable que mediante nuestras ofrendas de ayuno podamos alimentar al hambriento, dar albergue a las personas sin hogar y vestir al desnudo.
Si ayunamos de la debida forma, el Señor promete:
“Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti…
“Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí…
“y si diereis tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía.
“Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma… y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” (Isaías 58:8–11).
Es mi oración que mejoremos nuestros ayunos, a fin de disfrutar de esas hermosas bendiciones prometidas. Doy testimonio de que, si nos “[allegamos]” al Señor mediante nuestros ayunos y oraciones, Él se “[allegará]” a nosotros (véase D. y C. 88:63). Testifico que Él vive, que nos ama y que desea allegarse a nosotros. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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